Algunos todavía me recuerdan que fuimos los conquistadores, que aquí nació la inquisición, que arrasamos pueblos enteros de un continente que tenía mucho que ofrecer.
Como hija de un argentino y una vasca…¿Debo estar enfadada conmigo misma por haber nacido en el maldito país imperialista que cada año chupa la sangre al pueblo argentino con una prepotencia inusitada atreviéndose a presumir de sus Repsoles, Telefónicas y demás? O….quizá debo dejar de lado este hecho y buscar mis raíces celtas en las tierras del norte reclamando lo que fue arrebatado…o…quizá debería proclamar la independencia de Catalunya…porque…a fin de cuentas soy catalana, porque debería gritar a pleno pulmón eso de “300 anys d’ocupació, 300 anys de resistència!”
Como hija de un argentino y una vasca…¿Debo estar enfadada conmigo misma por haber nacido en el maldito país imperialista que cada año chupa la sangre al pueblo argentino con una prepotencia inusitada atreviéndose a presumir de sus Repsoles, Telefónicas y demás? O….quizá debo dejar de lado este hecho y buscar mis raíces celtas en las tierras del norte reclamando lo que fue arrebatado…o…quizá debería proclamar la independencia de Catalunya…porque…a fin de cuentas soy catalana, porque debería gritar a pleno pulmón eso de “300 anys d’ocupació, 300 anys de resistència!”
Cada vez que pienso en ello un orgullo bañado en tristeza me invade el cuerpo…soy de todos lados, soy de ningún lugar, soy de todas las historias, no tengo ninguna.
Cuando salgo de España los estereotipos pueden conmigo…escucho “Olé!” o “Viva a España” y, como sé que no es el momento idóneo para ponerme a explicar que rechazo esos gritos de orgullo patrio porque no me siento en absoluto identificada con esa idea de país o, como sé que esa persona sólo lo hace para ser simpática conmigo y no por recordarme una dolorosa historia dictatorial que todavía esta muy fresca en nuestra convulsa y mediterránea (lo que suelen ser sinónimos) vida sociopilítica; simplemente sonrío y respondo con alguna frase graciosa en su idioma.
Cuando salgo de España los estereotipos pueden conmigo…escucho “Olé!” o “Viva a España” y, como sé que no es el momento idóneo para ponerme a explicar que rechazo esos gritos de orgullo patrio porque no me siento en absoluto identificada con esa idea de país o, como sé que esa persona sólo lo hace para ser simpática conmigo y no por recordarme una dolorosa historia dictatorial que todavía esta muy fresca en nuestra convulsa y mediterránea (lo que suelen ser sinónimos) vida sociopilítica; simplemente sonrío y respondo con alguna frase graciosa en su idioma.
No obstante, debo admitir que mi profundo odio a las generalizaciones y los estereotipos me ha llevado más de una vez a enzarzarme en una discusión (habitualmente pacífica) sobre mi situación y, lo que es más importante, sobre la de la otra persona. Antes de abrir la boca en un lugar desconocido para nosotros, creo que deberíamos leernos un par de libritos de historia y política del lugar o, si da mucha pereza, simplemente preguntar antes de afirmar…nunca sabes cómo le va a sentar a un escocés que le digas que es inglés si no te has enterado de cómo está el patio allí (o seas catalán…de esta forma será mucho más fácil entender la situación :p).
Aunque nos cueste admitirlo, acostumbramos a quedarnos delante de la cortina de humo, delante del estereotipo porque siempre resulta más fácil pensar que todos los alemanes son puntuales y los italianos ruidosos que lanzarse a descubrir a las personas que hay detrás.
Todos esos estereotipos fundamentan la ignorancia y la ignorancia se transforma en incomprensión.
Aunque nos cueste admitirlo, acostumbramos a quedarnos delante de la cortina de humo, delante del estereotipo porque siempre resulta más fácil pensar que todos los alemanes son puntuales y los italianos ruidosos que lanzarse a descubrir a las personas que hay detrás.
Todos esos estereotipos fundamentan la ignorancia y la ignorancia se transforma en incomprensión.
Por mucho que a algunos les guste considerarse miembros de la fabulosísima Unión Europea somos países plagados de diferencias, entre nosotros y dentro de nosotros y nos gusta remarcarlas, nos gusta meternos con nuestros vecinos: aunque podríamos reconocer a los franceses que hacen unas baguettes estupendas o que son la cuna de una de las Revoluciones que marcó algunos de los cambios más importantes para la humanidad occidental preferimos acusarles de ………. Y esto no es sólo cosa nuestra, formamos parte de la historia interminable de un montón de naciones embotelladas en un mismo continente que se ha propuesto equipararse a marcha forzada a los Estados Unidos.
Personalmente creo que aún tenemos mucho que decir, cada uno de nosotros, como individuos, creo que nunca deberíamos olvidar de donde venimos, que cada uno sienta su tierra como quiera sentirla pero estoy profundamente convencida de que no es cuestión de abrir la boca y soltar lo primero que nos venga a la cabeza, no es cuestión de subestimar o menospreciar las culturas de los demás sin conocer nada de ellas…
Unos pocos gozan de un tremendo poder y los demás miramos como espectadores de una película de serie B de la que se está empezando a intuir el final y parece que no pinta bien.
Pasar de espectador a actor puede considerarse un acto subversivo, sobre todo para los directores de la obra. En ocasiones estamos tan preocupados en pelearnos con nosotros mismos o con el de al lado que olvidamos lo fundamental: estamos aquí y si no estamos de acuerdo con la situación, podemos cambiarla. Tal y como se nos presenta el futuro, o nos dejamos de tonterías, de estereotipos, de orgullos patrios y de diferencias que sólo están a flor de piel o la historia pasa y nosotros nos vamos con ella, como una mancha gris en un cuadro que está teñido con un tono rojizo recubierto de un barniz que no nos deja ver que el mundo de hoy no es tan diferente del de hace un siglo. Lo que ha cambiado son las vendas en nuestros ojos, que ya no son cadenas de las que poder ser conscientes, si no placeres agradables que nos atan sin darnos cuenta a una vida sin problemas para nosotros, a una tranquilidad de mentira, a una conciencia adormecida. Hemos acabado por pensar que sólo existe nuestro mundo, que ahora vive pacíficamente y no vemos que lo único que han hecho los conflictos armados y las miserias que pasó nuestro continente hace un siglo han sido mudarse a otras tierras.
Pero parece que eso no nos interesa, porque no lo vemos, porque nos gusta creer que no tiene nada que ver con nosotros.
Pasar de espectador a actor puede considerarse un acto subversivo, sobre todo para los directores de la obra. En ocasiones estamos tan preocupados en pelearnos con nosotros mismos o con el de al lado que olvidamos lo fundamental: estamos aquí y si no estamos de acuerdo con la situación, podemos cambiarla. Tal y como se nos presenta el futuro, o nos dejamos de tonterías, de estereotipos, de orgullos patrios y de diferencias que sólo están a flor de piel o la historia pasa y nosotros nos vamos con ella, como una mancha gris en un cuadro que está teñido con un tono rojizo recubierto de un barniz que no nos deja ver que el mundo de hoy no es tan diferente del de hace un siglo. Lo que ha cambiado son las vendas en nuestros ojos, que ya no son cadenas de las que poder ser conscientes, si no placeres agradables que nos atan sin darnos cuenta a una vida sin problemas para nosotros, a una tranquilidad de mentira, a una conciencia adormecida. Hemos acabado por pensar que sólo existe nuestro mundo, que ahora vive pacíficamente y no vemos que lo único que han hecho los conflictos armados y las miserias que pasó nuestro continente hace un siglo han sido mudarse a otras tierras.
Pero parece que eso no nos interesa, porque no lo vemos, porque nos gusta creer que no tiene nada que ver con nosotros.
A riesgo de sonar como una hippie que acaba de salir del festival de Woodstock del ’69, creo que vale la pena arriesgarse, intentarlo, pasar por encima de los tiempos apocalípticos y de crisis en los que nos dicen que vivimos y sentarnos a hablar, quitarnos la coraza y liberarnos de los prejuicios y generalizaciones que nos atan de pies y manos.
Evidentemente no hay un camino único, nadie tiene la verdad en sus manos pero ya llevamos demasiados siglos repitiéndonos, quizá sea el momento de abandonar viejos patrones y doctrinas oxidadas y crear algo nuevo, quizá simplemente deberíamos escuchar a los demás y reclamar ser escuchados mucho más a menudo de lo que lo hacemos.
Evidentemente no hay un camino único, nadie tiene la verdad en sus manos pero ya llevamos demasiados siglos repitiéndonos, quizá sea el momento de abandonar viejos patrones y doctrinas oxidadas y crear algo nuevo, quizá simplemente deberíamos escuchar a los demás y reclamar ser escuchados mucho más a menudo de lo que lo hacemos.